Estimados amigos (as) de Café Clandestino, hoy compartiremos esa parte de la historia que se divide entre lo real y lo imaginario, se ha hablado mucho, escrito tantas veces y mostrado a través de la Televisión en Documentales o Cine infinidades de veces, lo que queremos gestionar es que ustedes saquen sus conclusiones…
Según algunas leyendas este linaje, fundamental para la historia de Francia, fue custodio de uno de los mayores secretos religiosos de todos los tiempos. Su presunta protección sobre la sangre real de Jesucristo les convirtió en objeto de estudio y atención por parte de los mejores investigadores históricos. Hoy en día su misterio continúa…
Tras la caída del Imperio Romano en occidente, y con ello sus formas de gobierno a través de las instituciones creadas durante siglos, el poder de los bárbaros germanos se extendió durante el siglo V por buena parte de los otrora territorios bajo la influencia romana. En el caso de las Galias, geografía perteneciente a la actual Francia, diversos pueblos como visigodos y francos se asentaron en aquella latitud dando inicio a una suerte de reinados, que a la postre fueron el fundamento esencial para el futuro Estado francés.
La dinastía merovingia quedó instaurada a mediados de esa centuria con Meroveo, alzado en padre de esta saga tan peculiar como misteriosa, dado que ni siquiera los orígenes del fundador están claros. Aunque sí su reinado, que parece haberse desarrollado entre los años 448 y 457-58 d. de C. A él le cupo el honor de haber asistido a la trascendental derrota de Atila y los hunos, mientras que a sus sucesores hay que atribuirles otros méritos.
La santa que protegió a los merovingios
Uno de los personajes más atractivos de este periodo es sin duda Genoveva de París, una carismática mujer que supo estar al lado de los reyes merovingios en momentos decisivos.
Nacida hacia 422 d. de C, en Nanterre, una pequeña aldea cercana a París (Francia), era hija de Leoncia y Severo, un matrimonio de galo-romanos que asumieron muy pronto los dones y virtudes demostrados por su pequeña descendiente. Genoveva, como tantos de su generación, vivió en primera persona el desmembramiento del Imperio Romano en Occidente, y con tan sólo seis años se consagró a Dios por mediación de San Germano de Auxerre, quien iba de paso hacia Britania. Con 15 años de edad ofreció, en compañía de otras dos amigas, su virginidad a la causa cristiana, si bien nunca llegó a profesar su vocación en convento alguno, siendo una comunidad seglar la morada elegida para sus acciones caritativas.
Con el tiempo sus predicaciones y famosos ayunos la destacaron como personaje relevante de la primigenia ciudad luz, y algunos reyes del incipiente linaje merovingio como Childerico –458-481–, accedieron a liberar numerosos presos gracias a las peticiones de la religiosa, la cual vio su fama incrementada cuando el feroz Atila amenazaba con devastar París. Fue entonces cuando de forma enardecida animó a los parisinos que huían de la ciudad presos del pánico a quedarse y orar con el fin de anteponer un escudo sobrenatural frente a los invasores bárbaros.
Nunca sabremos si fueron los rezos o una decisión caprichosa de Atila, pero lo cierto es que los hunos sortearon incomprensiblemente París para dirigirse a Orleáns, sufriendo al poco una terrible derrota en los campos Catalaúnicos a manos de los romanos y sus aliados visigodos. Más tarde, la futura santa trabó amistad con el influyente monarca Clodoveo I –481-511–, vencedor de los poderosos alamanes, una tribu que amenazaba constantemente la frontera establecida por los francos en los territorios que hoy pertenecen al país germano.
Su casi milagroso éxito sobre la confederación de tribus germánicas provocó su conversión al catolicismo, motivado, en buena parte, por la acción de su mujer cristiana, la burgundia Clotilde, quien hizo ver a su esposo que todas las victorias sobre sus enemigos venían dadas por la acción directa del Dios único y verdadero, y por Genoveva de París, la cual, gracias a sus conversaciones religiosas con el merovingio, consiguió inculcarle un gran amor por la causa de la cruz.
Clodoveo se bautizó con absoluta devoción en 496 recibiendo bendiciones y parabienes del sumo pontífice romano, que desde entonces recibió el apoyó incondicional de su nuevo aliado franco. Por su parte, Genoveva prosiguió con una vida de entrega a los demás, consiguiendo trigo y otros alimentos en momentos de escasez y obrando prodigios cuando la moral ciudadana andaba escasa de ánimo espiritual. Falleció en 502 d. de C., rodeada por el cariño de todos aquellos que la habían conocido. Hoy en día es la santa patrona de París, y en compañía de Juana de Arco uno de los personajes más queridos por la Francia católica.
En 507 d. de C., Clodoveo I, ya convertido en uno de los principales exponentes de una dinastía llamada a perdurar más de tres siglos, obtuvo otra importante victoria sobre los visigodos de Tolosa, pésimamente dirigidos por Alarico II en la batalla de Vouille, y que dio al traste con las aspiraciones godas en los territorios galos, dejándoles relegados a una pequeña franja mediterránea llamada Septimania y en la península Ibérica. Los territorios anexionados por Clodoveo en esta campaña son precisamente el lugar donde se ubica el enigma creado en torno a la supuesta descendencia carnal de Jesús de Nazaret, siendo los merovingios los principales depositarios de este secreto sagrado.
Los merovingios están de moda
Pero, ¿a qué se debe el inusitado resurgimiento de los merovingios en nuestros días? La causa debemos buscarla principalmente en la publicación de libros como El último merovingio, de Jim Hougan, El enigma sagrado, de Henry Linlcon, Michael Baigent y Richard Leigh, o el nombradísimo El Codigo da Vinci, de Dan Brown, por citar algunas de las decenas de obras que se han escrito en los últimos años y que han abordado la sugerente cuestión de un supuesto Santo Grial oculto en la zona francesa del Languedoc.
En esos títulos y en diversas leyendas populares se relaciona directamente a los merovingios con la custodia física y espiritual del citado Grial, encarnado en una supuesta descendencia de María Magadalena –cuya capilla de entierro en Santa María de Vezelay abre esta sección– y Jesús de Nazaret. Según éstas heréticas conspiraciones la familia real franca estaría directamente entroncada con este linaje crístico, llegando sus reminiscencias a nuestros días con varias casas reales europeas resultantes de aquella divina mezcolanza.
Serían los casos de los Hagsburgo, Orleáns, Borbón y, si indagamos con más profundidad, la práctica totalidad de monarquías reinantes, o no, que hoy tenemos en Europa.
En cuanto a los merovingios no podemos asegurar que mantuvieran esa misión en su tiempo de poder; lo que sí barajamos son determinados datos históricos que nos ponen en la pista de unas cabezas coronadas más pendientes de la holganza vacacional que de sus compromisos a la hora de dirigir el reino –o reinos– asignados a ellos. La unificación territorial bajo los cetros de Clodoveo I o Dagoberto I, fueron meros destellos, ya que la posterior disgregación en entidades independientes como Neustria, Austrasia o Borgoña, fueron debilitando el poder real en beneficio de la emergente clase aristocrática representada fielmente por los mayordomos de palacio.
Finalmente, la influencia, el dinero y el apoyo eclesial y político provocaron la caída de los merovingios en un golpe que hoy llamaríamos de Estado, y cuyos artífices fueron, como era de esperar, los mayordomos tutores del país, los cuales crearían una nueva dinastía –la carolingia– con personajes relevantes para la historia europea como Carlos Martell, Pipino el Breve, o Carlomagno, el que daría título al nuevo linaje galo.
En cuanto al último merovingio del que tanto se habla y del que tanto se hablará, sólo diremos que lejos de cualquier especulación imaginativa por parte de autores arriesgados, el auténtico legitimado para decir que puso fin a esta saga es Childerico III, quien reinaría entre 742-751, año en el que Pipino el Breve, llamado así por su escasa estatura, le depuso con la aquiescencia del Papa Bonifacio, acaso trémulo ante el revelador misterio que guardaban celosamente los merovingios.
La verdad es que el último representante de esta casa real acabó sus días recluido en el convento de Saint Omer, falleciendo en 756 y llevándose el secreto familiar a la tumba, sin que sepamos con certeza si esa hipotética relación con los descendientes del Mesías se mantuvo con otras sociedades y órdenes posteriores como cátaros y templarios, o más bien, se difuminó en los cielos del sur de Francia hasta ser resucitado a mediados del siglo XX, gracias a un extraño invento conocido como Priorato de Sión, y que se arrogó el derecho de ser continuador de la estirpe merovingia.
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