Que noche la del otro día y no me refiero a lo mundano si no a lo extrasensorial, fue durante la caída de la niebla, todo se estaba tornando de un color gris, además de ese olor a humedad pesado y constante.
Tenía un poco de temor, pero algo me decía que debía salir de la casa y caminar por las oscuras calles de Estación Central. Recuerdo aquellas caminatas en la infancia junto a la familia, pero era siempre el mismo destino, de la Quinta Normal después de la misa a Estación Central por Matucana, el mismo recorrido por años, sin dejar de visitar la laguna y el Museo, y detenerse en el Parque a comer unos sándwich y huevos duros con bebida o jugo, el último paseo fue con mi hermano chico, uf cuantos años atrás.
Recorrer, recordar lo vivido es terapéutico ya que ejercita la mente, la memoria, el proceso de recordar se agudiza cada vez más.
Fue ahí cuando recordé a aquella sombra que me seguía, fue espantoso, horrible, era una sombra negra, oscura, negra casi no podía distinguirla de la niebla y de la sombra de los arboles.
Siempre ha estado ahí, esperándome, al acecho, espera... espera...
A sido mi compañía por años, pero no ha sido mi amiga, ni mi confidente, ni mucho menos un familiar o un conocido. Que terrible sorpresa fue pensar que se había ido. Años atrás me visitó, pensé que era un cuento de ficción y de terror, pero no, me equivoqué, el escuchar sus lamentos en las noches no me dejaban dormir, sus lamentos... eran como aullidos, aullidos de lobo o perro, eran amenazadores, terroríficos, siempre esperando por ti, un descuido tuyo y tu le pertenecías por el resto de tu vida.
Fue mi decisión el salir aquella noche hasta que se produjo lo inevitable, el enfrentamiento fue decisivo...
Quieres saber que ocurrió, espera el próximo ensayo de "La niebla"...
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